sábado, 22 de abril de 2017

SIN COMODINES

Texto publicado en el número 6 de la revista Mami  (aquí, su perfil de Facebook)


Parque urbano a media mañana. Prácticamente desierto. Solo algunos bebés en los columpios o en sus sillas, acompañados, en su mayoría, por alguna abuela o abuelo.

Hora de entrada o salida del cole. Muchas madres, algunos padres y un buen puñado de abuelas o abuelos acompañando a los peques.

Sala de espera de una consulta de pediatría. También son mayoría las madres, algunos padres, pero tampoco aquí faltan los abuelos acompañando al nieto o nieta asaltado por alguno de los virus invernales.

Conversación entre dos mujeres jóvenes, madres y trabajadoras. Ambas se ven en la necesidad de acudir a la oficina fuera del horario laboral, y también del escolar, para atender a un cliente que solo tiene esa hora disponible. En estos tiempos, la sola posibilidad de perder a un cliente es algo inasumible.
  • Yo dejaré a los niños con los abuelos, una vez más, dice una de ellas.
  • Yo no tengo comodines _se lamenta la otra, con gesto agobiado, pero resignado_, así que no tengo más remedio que llevarme a la niña conmigo a la oficina y sentarla en una mesa con papel y lápices de colores, para que se entretenga.
Los abuelos se han convertido en una suerte de comodines para las parejas jóvenes trabajadoras y con hijos pequeños. En demasiados casos, la conciliación laboral es un término que queda muy bien en las propuestas electorales e incluso en textos legales, pero no pasa de ahí. La frecuente realidad es que las brutales cifras de paro, la precariedad de un porcentaje elevado del empleo que se está creando y el miedo a perder el puesto de trabajo cuando tan difícil resultaría encontrar otro, hacen que el trabajador se resigne a estirar las jornadas laborales y recurra a los abuelos, comodines para todo.

El horario flexible o el teletrabajo son rara avis en un mundo laboral como el nuestro, aun prisionero del presentismo y que convierte la conciliación en espejismo, que siempre se persigue pero nunca se alcanza, especialmente en el caso de las mujeres.

Y así, tanto quienes se ven obligados a utilizar los comodines como los que no pueden recurrir a ellos, tienen la sensación de que tienen que jugar con cartas marcadas. En el anverso hay brillantes imágenes de vida familiar, trabajo gratificante y conciliación fácil. Pero en el reverso solo hay un dibujo gris, monocolor, monótono y estresante.

¿No había ahora un Parlamento plural, obligado al diálogo, deseoso de llegar a acuerdos y con notable presencia de nuevos políticos que se autodefinen como la voz de la calle? Por ahora, no hay noticias de que la conciliación haya pasado de los programas a los pactos.

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