(Comentario difundido en el programa <Voces de Galicia>, que dirige Isidoro Valerio en Radio Voz, el 4 de marzo del 2015)
Me sorprende nuestro conformismo, nuestra impasibilidad ante el futuro. O mejor dicho, ante la falta de futuro como país. En más de la mitad de los municipios gallegos uno de cada tres habitantes es un jubilado. Solo quedan 21 en que hay más jóvenes que mayores de 65 años. En muchas de nuestras aldeas solo hay viejos y ni un solo niño. Y en nuestras ciudades más pujantes es también mayor el número de los integrantes de la denominada tercera edad que el de niños y adolescentes.
Me sorprende nuestro conformismo, nuestra impasibilidad ante el futuro. O mejor dicho, ante la falta de futuro como país. En más de la mitad de los municipios gallegos uno de cada tres habitantes es un jubilado. Solo quedan 21 en que hay más jóvenes que mayores de 65 años. En muchas de nuestras aldeas solo hay viejos y ni un solo niño. Y en nuestras ciudades más pujantes es también mayor el número de los integrantes de la denominada tercera edad que el de niños y adolescentes.
Pero
no pasa nada. ¿Cuánto tiempo llevamos diciendo que en Galicia la natalidad no
es ya un drama, sino una tragedia? Varias décadas. Ha cambiado algo la
situación. Sí. Para peor. Ya no es solo que cada año nazcan menos niños. Es
que, además, muchos jóvenes tienen que ir a buscarse la vida muy lejos de
nuestras fronteras. Y tendrán que retrasar el momento de tener hijos hasta ver
si logran un empleo suficientemente estable y pueden plantearse el regreso. O
contribuir a la natalidad de Alemania, Inglaterra, Estados Unidos o cualquiera
de esos países donde saben sacar partido a la formación que nuestros jóvenes
han adquirido con los recursos públicos de aquí.
Pero
no pasa nada. La prima de riesgo va bien, somos el ejemplo de Europa, los que
más crecemos y hasta está bajando el paro. En los programas electorales que
preparan todos los partidos habrá algún caramelo en forma de pequeña subvención
o desgravación fiscal para que parezca que están muy preocupados.
Pero
no habrá medidas de las que de verdad se necesitan. Incentivos a la natalidad
que las parejas jóvenes vean con nitidez y que se prolongan en el tiempo. Y
empleos estables, con salarios que permitan pensar en traer niños al mundo. Y
planes concretos para retener a esas decenas de miles de jóvenes que se están marchando
por falta de oportunidades. Y aumento de esas becas que se vienen recortando
año tras año. Y oportunidad reales para desarrollar aquí una carrera de
investigador con algo más que un sueldo de miseria y un contrato de becario. Y
algún programa serio para incentivar no ya la permanencia sino la repoblación
de nuestras aldeas, con una política agraria, ganadera y forestal que entre a
fondo en los problemas tantas veces enunciados, denunciados y analizados, pero
nunca afrontados. E igualdad real de mujeres y hombres en el trabajo, sin que
un embarazo sea un frenazo o un descarrilamiento en una carrera profesional. Y
permisos de maternidad y paternidad que tengan en cuenta la apuesta por el
futuro de todos que es traer un bebé al mundo.
Pero
no. Las medidas que nos venderán en las próximas campañas no pasarán de los
enunciados cosméticos habituales y todo seguirá igual. Es decir, cada día peor.
Hasta que veamos pintadas como aquellas que adornaban paredes de Uruguay en los
años 70, durante la dictadura: País pequeñito, con vistas al mar, se vende. O
aquella otra: el último, que apague la luz.