Comentario difundido en el programa <Voces de Galicia>, que dirige Isidoro Valerio en Radio Voz, el 18 de mayo del 2016)
El inmenso vertedero de ruedas de Seseña lleva cinco
días ardiendo y se calcula que tardará al menos dos semanas en ser
extinguido. Mientras, seguirá lanzando residuos tóxicos a la
atmósfera. Es la crónica de un siniestro anunciado. Algo que se
temía que pudiera ocurrir desde que hace quince años empezaron a
amontonarse allí ruedas viejas.
Un
reportaje publicado en el diario El País en septiembre del 2014
comenzaba así: <Uno
de los mayores problemas medioambientales de España, los cinco
millones de neumáticos que se han ido amontonando desde hace más de
una década en 9,8 hectáreas frente a Seseña, en la linde entre la
Comunidad de Madrid y la provincia manchega de Toledo, podrían tener
una pronta solución>. Hablaba de un acuerdo entre las comunidades
de Madrid y de Castilla-La Mancha con el Ayuntamiento para iniciar un
proyecto de reciclaje.
Es
evidente que no hubo solución y las ruedas se siguieron acumulando.
Como se acumulan en otros lugares. En Galicia se calcula que hay
36.000 toneladas, repartidas en tres puntos, que la Xunta se plantea
ahora eliminar en 18 meses. A ver.
Las
crecientes montañas de residuos constituyen la otra cara de nuestro
elevado nivel de consumo. Son conocidos, aunque conscientemente
olvidados, los vertederos tecnológicos. Al pueblo de Guiyu, en
China, llega cada año más de millón y medio de toneladas de
desechos electrónicos. Casi todo el mundo se dedica allí al
reciclaje, pero sin protección. Consecuencias: una de las tasas más
altas de enfermedades respiratorias. Un estudio realizado con
centener y medio de jóvenes permitió comprobar que tenían altas
concentraciones de plomo en la sangre.
En
un barrio de Accra, la capital de Ghana, hay montañas de ordenadores
y viejos electrodomésticos, en el mayor vertedero de África. La ONU
calcula que el ritmo de producción de basura electrónica es de 50
millones de toneladas al año.
Pero
no pasa nada. El mundo desarrollado sigue cambiando de coche, de
móvil o de electrodomésticos con creciente frecuencia, para
mantener engrasado el sistema productivo. Los trastos viejos se
envían lo más lejos posible, a veces incluso con el cínico
subterfugio de la donación para reducir la brecha digital entre
mundo rico y mundo pobre.
Hasta
que no quepan. O ardan. O nos lleguen los efectos de la contaminación
que están produciendo. Quizá entonces los gobiernos, el nuestro
entre ellos, empiecen a plantearse en serio un problema que tiene ya
proporciones alarmantes. Y a exigir a los fabricantes que por cada
aparato producido y vendido tienen que garantizar no solo la
retirada, sino el reciclaje racional del cacharro a sustituir. Con ayudas públicas, si es necesario.
Al paso que vamos, pronto será tarde.