miércoles, 18 de mayo de 2016

LA BASURA, AMENAZA CRECIENTE

Comentario difundido en el programa <Voces de Galicia>, que dirige Isidoro Valerio en Radio Voz, el  18 de mayo del 2016)

El inmenso vertedero de ruedas de Seseña lleva cinco días ardiendo y se calcula que tardará al menos dos semanas en ser extinguido. Mientras, seguirá lanzando residuos tóxicos a la atmósfera. Es la crónica de un siniestro anunciado. Algo que se temía que pudiera ocurrir desde que hace quince años empezaron a amontonarse allí ruedas viejas.

Un reportaje publicado en el diario El País en septiembre del 2014 comenzaba así: <Uno de los mayores problemas medioambientales de España, los cinco millones de neumáticos que se han ido amontonando desde hace más de una década en 9,8 hectáreas frente a Seseña, en la linde entre la Comunidad de Madrid y la provincia manchega de Toledo, podrían tener una pronta solución>. Hablaba de un acuerdo entre las comunidades de Madrid y de Castilla-La Mancha con el Ayuntamiento para iniciar un proyecto de reciclaje.

Es evidente que no hubo solución y las ruedas se siguieron acumulando. Como se acumulan en otros lugares. En Galicia se calcula que hay 36.000 toneladas, repartidas en tres puntos, que la Xunta se plantea ahora eliminar en 18 meses. A ver.

Las crecientes montañas de residuos constituyen la otra cara de nuestro elevado nivel de consumo. Son conocidos, aunque conscientemente olvidados, los vertederos tecnológicos. Al pueblo de Guiyu, en China, llega cada año más de millón y medio de toneladas de desechos electrónicos. Casi todo el mundo se dedica allí al reciclaje, pero sin protección. Consecuencias: una de las tasas más altas de enfermedades respiratorias. Un estudio realizado con centener y medio de jóvenes permitió comprobar que tenían altas concentraciones de plomo en la sangre.

En un barrio de Accra, la capital de Ghana, hay montañas de ordenadores y viejos electrodomésticos, en el mayor vertedero de África. La ONU calcula que el ritmo de producción de basura electrónica es de 50 millones de toneladas al año.

Pero no pasa nada. El mundo desarrollado sigue cambiando de coche, de móvil o de electrodomésticos con creciente frecuencia, para mantener engrasado el sistema productivo. Los trastos viejos se envían lo más lejos posible, a veces incluso con el cínico subterfugio de la donación para reducir la brecha digital entre mundo rico y mundo pobre.

Hasta que no quepan. O ardan. O nos lleguen los efectos de la contaminación que están produciendo. Quizá entonces los gobiernos, el nuestro entre ellos, empiecen a plantearse en serio un problema que tiene ya proporciones alarmantes. Y a exigir a los fabricantes que por cada aparato producido y vendido tienen que garantizar no solo la retirada, sino el reciclaje racional del cacharro a sustituir. Con ayudas públicas, si es necesario. 

Al paso que vamos, pronto será tarde.