Comentario difundido en el programa <Voces de Galicia>, que dirige Isidoro Valerio en Radio Voz, el 18 de noviembre del 2015)
La violencia machista se ha quedado de nuevo en un segundo
plano en los medios de comunicación, como si fuera una cuestión
menor.
Quizá el
problema es que estamos demasiado acostumbrados. Que ya no nos
impresiona que hayan muerto 48 mujeres en lo que va de año. O más
de 80, si no nos ceñimos a las estadísticas oficiales, que solo
cuentan a las que mueren a manos de sus parejas o ex parejas y dejan
fuera, por ejemplo, a una de las dos jóvenes presuntamente
asesinadas por Sergio Morate, simplemente por haber acompañado a su
amiga, temerosa de encontrarse con él.
En los últimos
20 años han muerto cerca de 1.400 mujeres, se presentaron más de un
millón de denuncias e incontables agresiones quedaron en la sombra,
según las organizaciones que convocaron la manifestación que
movilizó a decenas de miles de personas el pasado día 7 (Así lo contaba el diario 20 minutos).
Más datos
espeluznantes: seis de cada diez víctimas mantenían una relación
con sus asesinos y ocho de cada diez no habían presentado denuncia
previa.
Hay razones más
que suficientes para que esta lacra sea considerada asunto de Estado,
como se pidió en la manifestación de hace once días o para firmar
un pacto de Estado, como propuso la presidenta andaluza, Susana Díaz (Así recogía El País su propuesta)
Es, ciertamente,
una cuestión de Estado, que exige medidas de todo tipo, empezando
por el cese de los recortes en los escasos recursos destinados a la
lucha contra este tipo de violencia. Y por la educación de los
hombres y de las propias mujeres, como señalaba ayer en La Voz de
Galicia Pilar Fernández, fiscal especialista en violencia contra la
mujer (puedes leer la entrevista completa aquí).
Porque uno de
los problemas fundamentales, como apuntaba también la fiscal, es que
muchos maltratadores encarcelados no se sienten agresores. Y eso,
denunciaba, es <porque nunca hubo un reproche social previo>.
Urge avanzar de
inmediato en ese reproche social. No es probable que tantas muertes
se hayan producido sin que nadie en el entorno de las víctimas se
hubiese percatado de nada anormal. Aunque las maltratadas callen,
disimulen, pidan comprensión para el agresor o hasta retiren la
denuncia, los familiares, los vecinos, los allegados, las personas del entorno de la víctima que sepan algo no deben dar pasos atrás ni
escudarse en que son problemas de pareja. En estos casos el silencio
no es discreción, sino cobardía y encubrimiento.