Comentario difundido en el programa <Voces de Galicia>, que dirige Isidoro Valerio en Radio Voz, el 29 de junio del 2016)
Anoche volvió a correr la sangre. Otro brutal
atentado, esta vez en Estambul. De nuevo decenas de muertos y
heridos. Personas que vieron sus vidas truncadas simplemente por
estar allí. Como hace poco en Bruselas o París.
Asistimos
a un preocupante retroceso en el respeto a la vida y a los derechos
de las personas. A una escalada de odio, que en el caso de las
últimas masacres tiene su origen en países devastados por la
guerra, como Siria, Irak o Afganistán, entre otros.
Unas
guerras que a su vez provocan el éxodo de miles de personas hacia
Europa. Y se encuentran con fronteras cerradas, muros y campos en los
que se apiñan miles de familias. Tropiezan contra el miedo al
extraño en el que los movimientos xenófobos encuentran un magnífico
caldo de cultivo para crecer.
Una
Europa en la que aumentan las diferencias sociales desde el estallido
de la crisis. Y en la que se trata de buscar la recuperación y la
bajada del paro con leyes que restringen los derechos de los
trabajadores.
Una
Unión Europea en la que hemos pasado de la cola de solicitantes de
entrada a la deserción de uno de sus más destacados socios, un
reino unido que puede dejar de serlo como un nuevo fruto de la
semilla de la división.
Mientras, en España hemos votado por segunda vez en seis meses, en parte
también como fruto menor de esa misma semilla..
Para
frenar el crecimiento de los múltiples brotes de la planta de la
división, antes de que germine en odio y enfrentamiento, solo cabe
la actitud militante a favor del encuentro, del diálogo y de la
búsqueda de acuerdos. Y eso implica la exigencia a los líderes que
han pasado por las urnas de que no hay otra salida que el acuerdo.
Como los cardenales en el cónclave, solo es aceptable que se
levanten de la mesa cuando hayan alcanzado acuerdos. Acuerdos que garanticen la
mejora de las condiciones de vida de las personas, la creación de
condiciones para la creación de empleo digno, la persecución sin
tregua de la corrupción y el ejercicio sin restricciones de las libertades básicas.