Hasta
ayer yo no tenía ni idea de la existencia de Mandera, una ciudad de
Kenia de algo menos de 50.000 habitantes. Está situada en la esquina
nordeste de este país cercano al llamado cuerno de África,
prácticamente incrustada en la frontera con Etiopía y Somalia.
Hace
poco más de un año, un autobús que circulaba por allí y se
dirigía a Nairobi fue obligado a detenerse por varios miembros de un
grupo armado somalí llamado Al Shabab, una rama de Al Qaeda. Iba
lleno, con 60 pasajeros a bordo. Los asaltantes obligaron al
conductor a desviarse de la carretera principal. Subieron al bus y,
según un testigo presencial, saludaron a los pasajeros, intentando
identificar a los que no eran musulmanes. Dejaron en paz a varios que
fueron capaces de recitar el Corán y seleccionaron a una treintena.
Los hicieron bajar del autobús y los mataron a sangre fría.
Murieron 19 hombres y 9 mujeres, según publicaron entonces los
medios.
Pues
bien, anteayer, lunes, se produjo un hecho semejante. Una decena de
milicianos del mismo grupo armado abordaron otro autobús y
conminaron a los pasajeros musulmanes a apartarse de los cristianos.
Lo sorprendente y heroico es que los musulmanes se negaron a
separarse y a identificar a los viajeros cristianos. Ni siquiera lo
hicieron cuando los atacantes amenazaron con disparar contra todos
ellos. «Pero
aún así nos negamos a separarnos y protegimos a nuestros hermanos»,
relató a la agencia Reuters Abdi Mohamud, uno de los viajeros.
Ante
esa actitud, los asaltantes acabaron por desistir, al escuchar que se
acercaba un vehículo que podría ser de las fuerzas de seguridad.
Amenazaron con volver y dispararon contra el autobús.
Hubo
dos muertos y cuatro heridos. Pero pudieron haber sido muchos más
sin la actitud heroica de los viajeros musulmanes, que probablemente
sabían lo que había ocurrido meses antes. Eran conscientes, por lo
tanto, de que estaban arriesgando muy directamente su vida.
Ocurrió
en un recóndito y peligroso lugar de África. Por lo tanto, en el
mundo rico apenas le hemos prestado atención. Es cierto que en
algunos lugares el mero hecho de sobrevivir es ya una heroicidad.
Pero ese ejemplo de solidaridad y de valor reconforta, reconcilia con
la humanidad y merecería mucho más que unos cuantas líneas en
nuestros medios de comunicación.
Esos
héroes musulmanes representan a la perfección el espíritu de la
Navidad, tan olvidado por aquí. Feliz Nochebuena.