Comentario difundido en el programa <Voces de Galicia>, que dirige Isidoro Valerio en Radio Voz, el 13 de abril del 2016)
Tres pequeñas anécdotas de la vida cotidiana:
Tres pequeñas anécdotas de la vida cotidiana:
Primera.
Una joven madre camina bajo la lluvia con sus dos hijos. Se acaba de
romper el plástico que cubre la silla del pequeño, así que lo tapa
como puede con su paraguas. Comienza a cruzar la calle y se rompe
también la bolsa de la compra. La comida del día sale disparada: la
fruta por un lado, la carne por el otro, rodando sobre el asfalto
mojado. La hija mayor, sorprendida, se queda plantada en medio del
paso de peatones. La madre, desolada, trata de que la niña acabe de
cruzar mientras continúa tapando al pequeño y la compra sigue sobre
la calzada. A menos de cinco metros, una parada de autobús repleta.
Nadie se movió a ayudar. Todos siguieron resguardándose cómodamente
del aguacero bajo la marquesina.
Segunda.
Un conductor inicia la maniobra de marcha atrás para aparcar su
vehículo. Ve como un joven padre llega con dos niños y una silla de
bebé, que guarda en el maletero del vehículo estacionado
inmediatamente delante del lugar que se dispone a ocupar. Para
facilitarle la maniobra, espera pacientemente y solo termina de
aparcar cuando el joven padre acaba de guardar su silla y de colocar
a sus pequeños y cierra el maletero y las puertas traseras. El joven
padre se mete en su coche y arranca sin tan siquiera dedicarle una
mirada o un gesto de agradecimiento.
Tercera.
Una madre lleva a su hija al cole. Para llegar a la entrada al centro
hay que pasar por una acera estrecha flanqueada por un camino de
barro. De frente vienen varios grupos de padres y madres, que caminan
de de dos o tres en fondo, ocupando prácticamente toda la acera.
Nadie se mueve para repartir el espacio disponible en la acera y
permitir el paso de la madre que llega con su niña. Ambas se ven
obligadas a pasar por el camino embarrado. La madre asegura que es
una situación que se produce a diario.
Son tres
estampas de insolidaridad e insensibilidad, de absoluta
despreocupación, cuando no desprecio, hacia los demás.
Probablemente, me contaban los protagonistas de esas anécdotas, esas
mismas personas se vuelcan cada día en mostrar su apoyo en las redes
sociales a las más diversas causas solidarias.
Es también probable
que llenen de emoticonos desaprobatorios hechos como los aquí
relatados, a condición, claro está, de que se cuenten en las redes
sociales y no ocurran ante sus narices.
Porque, entonces, no basta
con darle a una tecla, sino que hay que actuar. Hay que mojarse. Son
paladines de la solidaridad virtual. Es más fácil y más cómoda.
Desgraciadamente, parece que los mayores niveles de instrucción no
van acompañados de mayor nivel de educación.