Comentario difundido en el programa <Voces de Galicia>, que dirige Isidoro Valerio en Radio Voz, el 1 de junio del 2016)
Creo que somos muchos los que hemos recibido con alivio la decisión de la Audiencia provincial de A Coruña de reabrir la instrucción judicial del accidente de Angrois, aunque solo sea para analizar la evaluación del riesgo en la curva fatídica.
Creo que somos muchos los que hemos recibido con alivio la decisión de la Audiencia provincial de A Coruña de reabrir la instrucción judicial del accidente de Angrois, aunque solo sea para analizar la evaluación del riesgo en la curva fatídica.
Es que
también somos muchos los que nos basábamos simplemente en el
sentido común para estimar que la seguridad de un tren de
sofisticada tecnología, lanzado a más de 200 kilómetros por hora y
con centenares de pasajeros a bordo no debería recaer única y
exclusivamente sobre el maquinista, cuando una distracción de pocos
segundos puede tener, y tuvo de hecho, consecuencias fatales.
Es
cierto que es un problema de una enorme complejidad técnica, aunque
muchos técnicos han manifestado con claridad la existencia de
numerosas deficiencias.
Es
cierto que también presenta una gran complejidad jurídica, porque
una cosa es la convicción moral sobre las responsabilidades del
accidente y otra muy distinta que esas responsabilidades estén
tipificadas con la precisión necesaria en las leyes, especialmente
cuando se maneja tecnología innovadora y de muy reciente
implantación.
Es
cierto asimismo que en torno a la alta velocidad ferroviaria española
se mueven muchos y muy legítimos intereses y que está en juego la
imagen de España como país avanzado y de referencia en esta
materia.
Pero no
es menos cierto que la seguridad de los miles de viajeros que
circulan en esos trenes tiene que ser la prioridad absoluta. Y que un
accidente con 80 muertos y más de 140 heridos exige una
investigación exhaustiva, que no deje cabos sueltos ni atienda a
factores externos a la propia investigación, sean económicos,
políticos o de cualquier otra índole.
Lo
exigen tantas vidas truncadas. Lo merecen todos aquellos que
aconsejaron a las víctimas que hiciesen el viaje en un tren rápido,
cómodo y sobre todo seguro. Aquellos que les animaron a dejar el
coche en la estación para evitar la inseguridad de la carretera. Y
lo hicieron convencidos de que en la puesta en marcha de un proyecto
de semejante envergadura y que significaba un espectacular avance en
las comunicaciones de Galicia no se dejaría ningún cabo sin atar
concienzudamente.
Que una
investigación de tan gran trascendencia descarrilase o quedase
definitivamente en vía muerta, sería intolerable. Para las víctimas
de ese accidente y para los miles de personas que se suben cada día
a un tren de alta velocidad.