Cada uno insiste en que su alternativa es la mejor para solucionar lo problemas de los ciudadanos. Pero hablan más de los cargos que de las cargas que pesan sobre los hombros de la gente.
Rajoy sigue proclamándose abierto a un pacto y se queja de que Sánchez lo rechaza. Y cuando insiste en las bondades de su propuesta, lo hace para asegurar que podría aportar estabilidad no solo al Gobierno central, sino también a los del PSOE en comunidades y ayuntamientos. Es decir, para evitar que se produjese el desastre que vaticina ocurriría con la entrada de Podemos en los ministerios, el PP apuntalaría los pactos autonómicos y municipales en los que participa esa amenaza para la democracia que lidera Pablo Iglesias.
Podemos presenta una completa batería de propuestas para lograr el pacto con el PSOE. Pero deja claro que de todo eso no habrá nada si no tiene la vicepresidencia y varios ministerios. Quiere un pacto con los socialistas, pero deja claro que no se fía. Difícil acuerdo ese.
Y la otra gran discusión de estos días se produce porque Pablo Iglesias y los diputados de Podemos son enviados al gallinero del hemiciclo. Protesta justificada porque la ubicación de los escaños no es la que corresponde al tercer grupo más numeroso de la cámara.
Pero, una vez más, la discusión mayor se produce sobre los cargos y no sobre las cargas.
Decepcionante.
jueves, 28 de enero de 2016
miércoles, 27 de enero de 2016
CASO PRESTIGE: DE LA DECEPCIÓN AL ALIVIO
Comentario difundido en el programa <Voces de Galicia>, que dirige Isidoro Valerio en Radio Voz, el 27 de enero del 2016)
La decepción se convirtió ayer en alivio. Trece años después de que el Prestige derramase 63.000 toneladas de fuel pesado que ennegrecieron las costas de Galicia y afectaron también gravemente a las de Asturias, Cantabria, País Vasco y parte de las de Francia, una sentencia confirma que hubo un delito contra el medio ambiente.
La decepción se convirtió ayer en alivio. Trece años después de que el Prestige derramase 63.000 toneladas de fuel pesado que ennegrecieron las costas de Galicia y afectaron también gravemente a las de Asturias, Cantabria, País Vasco y parte de las de Francia, una sentencia confirma que hubo un delito contra el medio ambiente.
Lo dijo
ayer el Supremo, revocando en parte el fallo de la Audiencia de A
Coruña. En un caso de una enorme complejidad, que requirió diez
años de instrucción y ocho meses de proceso, los que no sabemos de
leyes nos habíamos quedado profundamente decepcionados. El tribunal
no había encontrado, pese al esfuerzo desplegado, pruebas más que para
condenar el capitán del viejo buque a nueve meses de cárcel por
negarse a aceptar el remolque.
El
Supremo sentencia ahora, sin embargo, que hubo delito contra el medio
ambiente en su modalidad agravada de deterioro catastrófico. En el
fallo no es lo más importante la condena de dos años de cárcel que
impone al capitán del Prestige, sino que conlleva la responsabilidad
civil subsidiaria. Es decir, indemnizaciones para los afectados.
Para los
que no
sabemos de leyes, nos queda el alivio de que no se puede sacar al mar
impunemente un barco viejo y en malas condiciones cargado de fuel
pesado. El Supremo establece que
la empresa propietaria y el capitán actuaron temerariamente y a
sabiendas de que podían producirse los daños que causó el
naufragio del buque. Y que Mangouras navegó «con deficiencias
operativas que conocía perfectamente». Se enfrentaba por tanto a
una situación «en la que no podía garantizar la seguridad del
barco ante un fuerte contratiempo», como el que ocurrió frente a la
costa gallega.
Han
pasado trece años, pero las imágenes de rocas y playas impregnadas
de viscosa masa negra no se olvidan. Ni tampoco las largas filas de
voluntarios entregados a la abnegada labor de limpieza. Ni la de
marineros sacando del agua el fuel con sus propias manos. Ni los
silencios, los empeños en ocultar las dimensiones de la catástrofe.
Ni afirmaciones tan peregrinas como los hilillos de plastilina o las
playas esplendorosas. Ni los numerosos puntos oscuros en la gestión
de aquella catástrofe.
Al
menos ahora un tribunal ha dejado claro que la conducta de quienes
hicieron navegar aquel viejo y deteriorado barco frente a nuestras
costas, aquella enorme imprudencia, por utilizar términos suaves,
fue un delito contra el medio ambiente.
Más
vale tarde que nunca.
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