miércoles, 27 de enero de 2016

CASO PRESTIGE: DE LA DECEPCIÓN AL ALIVIO

Comentario difundido en el programa <Voces de Galicia>, que dirige Isidoro Valerio en Radio Voz, el 27 de enero del 2016)

La decepción se convirtió ayer en alivio. Trece años después de que el Prestige derramase 63.000 toneladas de fuel pesado que ennegrecieron las costas de Galicia y afectaron también gravemente a las de Asturias, Cantabria, País Vasco y parte de las de Francia, una sentencia confirma que hubo un delito contra el medio ambiente.

Lo dijo ayer el Supremo, revocando en parte el fallo de la Audiencia de A Coruña. En un caso de una enorme complejidad, que requirió diez años de instrucción y ocho meses de proceso, los que no sabemos de leyes nos habíamos quedado profundamente decepcionados. El tribunal no había encontrado, pese al esfuerzo desplegado, pruebas más que para condenar el capitán del viejo buque a nueve meses de cárcel por negarse a aceptar el remolque.

El Supremo sentencia ahora, sin embargo, que hubo delito contra el medio ambiente en su modalidad agravada de deterioro catastrófico. En el fallo no es lo más importante la condena de dos años de cárcel que impone al capitán del Prestige, sino que conlleva la responsabilidad civil subsidiaria. Es decir, indemnizaciones para los afectados.

Para los que no sabemos de leyes, nos queda el alivio de que no se puede sacar al mar impunemente un barco viejo y en malas condiciones cargado de fuel pesado. El Supremo establece que la empresa propietaria y el capitán actuaron temerariamente y a sabiendas de que podían producirse los daños que causó el naufragio del buque. Y que Mangouras navegó «con deficiencias operativas que conocía perfectamente». Se enfrentaba por tanto a una situación «en la que no podía garantizar la seguridad del barco ante un fuerte contratiempo», como el que ocurrió frente a la costa gallega.

Han pasado trece años, pero las imágenes de rocas y playas impregnadas de viscosa masa negra no se olvidan. Ni tampoco las largas filas de voluntarios entregados a la abnegada labor de limpieza. Ni la de marineros sacando del agua el fuel con sus propias manos. Ni los silencios, los empeños en ocultar las dimensiones de la catástrofe. Ni afirmaciones tan peregrinas como los hilillos de plastilina o las playas esplendorosas. Ni los numerosos puntos oscuros en la gestión de aquella catástrofe.

Al menos ahora un tribunal ha dejado claro que la conducta de quienes hicieron navegar aquel viejo y deteriorado barco frente a nuestras costas, aquella enorme imprudencia, por utilizar términos suaves, fue un delito contra el medio ambiente.

Más vale tarde que nunca.


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