Comentario difundido en el programa <Voces de Galicia>, que dirige Isidoro Valerio en Radio Voz, el 2 de diciembre del 2015)
El 2 de septiembre, hace hoy exactamente tres meses, Europa
se conmovía por la aparición del cadáver de un niño de tres años
en una playa turca. Se llamaba Aylan y era kurdo. Era uno de los
miles de refugiados que huían de las bombas y trataban de llegar a
la Unión Europea.
¿Qué ha pasado
desde entonces? ¿Hemos avanzado en la solución del problema? No.
Nos hemos acostumbrado. En octubre murieron 90 niños que trataban de
cruzar el Mediterráneo. Cinco de ellos eran bebés de menos de dos
años. En Siria seis millones de niños están en situación que
Unicef describe como extrema, sumidos en la pobreza, desplazados
forzosos o en estado de sitio.
La mayor oleada
de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial ha perdido posiciones
en la escala europea de prioridades. Ahora lo urgente es reforzar la
seguridad. Mientras apenas se ha puesto sobre la mesa una pequeña
parte de los fondos prometidos para afrontar la crisis de los
refugiados, se ofrecen tres mil millones de euros a Turquía para que
actúe de dique de contención y frene el paso hacia el norte de
Europa de los que tratan de reconstruir sus vidas lejos de las bombas
y el caos que reina en sus países.
La Europa que
hace poco más de medio siglo movía millones de refugiados exige
orden a quienes huyen del caos y quiere organizar con calma la
integración en su seno de un número aun por decidir. Aunque
mientras tanto, los solicitantes de asilo se agolpen en las
fronteras, a la intemperie bajo la lluvia.
Hay que extremar
los filtros. Lo urgente parece que es ahora tomar medidas para frenar
el éxodo. Es decir, para actuar sobre las consecuencias del caos que
reina en Siria, Afganistán o Irak. Es más fácil eso que tratar de
afrontar las raíces del problema y destinar recursos y esfuerzo a la
complicada tarea de pacificar esa atribulada región para que la
gente no tenga que huir.
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