jueves, 20 de abril de 2017

EL ACOSO, UN MONSTRUO DE MIL CARAS

Texto publicado en el número 6 de la revista Mami  ((aqui, su perfil de Facebook)



El acoso es un monstruo de mil caras, difícil de detectar porque las víctimas, aterrorizadas, suelen esconder su sufrimiento. Las consecuencias serán graves en la mayoría de los casos. Y en los peores llegará hasta el suicidio. El más reciente, el de una niña murciana que se ahorcó el diez de enero en su habitación. Llevaba años sufriendo acoso e incluso se había cambiado de centro. <Solo me hablaban para insultarme> escribió en una carta de despedida publicada por el diario El Mundo. La policía investigaba ese mismo mes otro caso en esa provincia. Un chico estuvo a punto de tirarse a las vías del tren por el suplicio al que lo sometían dos compañeros por ser homosexual. Afortunadamente, en vez de hacerlo informó a su familia.

Autolesionarse es otra de las respuestas a la presión insoportable que puede suponer el acoso. También a comienzos de año se conocieron al menos dos casos, el de una niña canaria que hubo de ser ingresada en un hospital y el de otra en Asturias a la que meses de insultos por su aspecto llevaron a adelgazar doce kilos y a comenzar a hacerse cortes en los brazos con una cuchilla. También el caso llegó a la Policía, según una información publicada en el diario La Nueva España, en la que se señalaba que, pese a la denuncia y la investigación iniciada, no se había detectado mejoría en la situación de la adolescente.

La reacción puede también ir en sentido opuesto y convertir a la víctima en agresor. <Pagué mi bulliyng con mis padres>, confesaba una niña gallega, a la que, cuando tenía once años, perseguían chicas y chicos de su clase <para quitarle la peluca que ocultaba su cráneo lampiño por el cáncer>. A los 14 pegaba patadas a su madre y manotazos a su padre, según el testimonio que publicaba El Mundo el dos de febrero. Se desahogaba con ellos, porque sabía que, a pesar de sus agresiones, la seguirían queriendo. También se hacía cortes en los brazos y se enfrentaba al psicólogo. Hasta que un día los cortes fueron demasiado profundos, se asustó y pidió ayuda a sus padres.




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