Artículo publicado en el número 3 de la revista MAMI, de difusión gratuita en la ciudad de A Coruña en su versión impresa. Para acceder a su versión digital, pulsa aquí
Da igual que no hayan vuelto a pisar
una iglesia desde el bautizo. Da igual que la religión sea algo
aparcado desde hace años y que no forma parte de sus preocupaciones
ni de sus conversaciones, aunque no hayan dado el paso de proclamarse
agnósticos o directamente ateos. Entre otras razones, porque
semejante paso complicaría sobremanera que sus hijos hicieran la
primera comunión. Para celebrar una gran fiesta, no por otro motivo.
Desde
enero, si no empezaron antes, andan ya de cabeza muchos padres con
los preparativos. Especialmente si es una niña la protagonista del
acontecimiento. Empezando por elegir el vestido, tarea complicada por
la amplísima variedad de la oferta. Desde las versiones más
sencillas a sofisticados modelos que convierten a las niñas en
reproducciones a escala de novias de diseño.
Elegido
el vestido, hay que ocuparse de los complementos. Desde el bolsito o
la limosnera hasta las guirnaldas de flores, pasando por los zapatos,
los guantes y un sinfin de objetos más, que irán engordando la
factura hasta niveles cercanos a los de muchas bodas.
Tampoco
influye el hecho de que en no pocas parroquias hayan optado por
sencillas túnicas como uniformidad para evitar escandalosas
diferencias entre los pequeños que acuden al sacramento. Al salir de
la iglesia se cambia la túnica por el vestido y asunto resuelto.
Porque
después del acontecimiento religioso viene la comida con muchos
invitados. El chocolate con churros que recordamos los abuelos,
exclusivamente con padres, tíos y abuelos y que se tomaba en casa o
en el bar de la esquina inmediatamente después de la misa, queda ya
muy lejos. Pero también la comida más frecuente en la siguiente
generación, que podría reunir a una veintena de familiares y algún
amigo íntimo. La oferta para las comuniones llega ahora a banquetes
que poco tienen que envidiar a los de boda, con todos sus detalles. Y
cómoda financiación, faltaría más. Aunque la crisis ha traído
también recortes por este lado.
Lo
de la comunión en sí queda en estos casos en mera excusa para todo
lo demás. Porque, si en lo tocante al bautizo han comenzado a
proliferar ceremonias civiles que sustituyen la entrada en la
comunidad cristiana por la bienvenida a la sociedad civil, en el caso
de la primera comunión no es fácil encontrar el gancho que
sustituya a la fiesta católica.
No
falta quien apunte que la incorporación plena a la vida democrática
con el estreno del derecho al voto podría ser una alternativa,
especialmente si se adelanta a los 16 años, como piden cada día más
voces. Pero para algunos sería esperar demasiado. Habrá que
inventar algo. Para que siga la fiesta.
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