Comentario difundido en el programa <Voces de Galicia>, que dirige Isidoro Valerio en Radio Voz, el 16 de marzo del 2016)
Cuando
la desesperación hace que una parte de ellos se eche a andar y
consiga cruzar la línea y entrar en Macedonia, la policía y el
ejército de ese país los obligan a volver al punto de partida. De
paso, apalean y encierran durante largas horas a decenas de
periodistas que cometieron el delito de cruzar ilegalmente una
frontera para narrar el dramático éxodo de quienes buscan un lugar
donde vivir en paz.
La
Unión Europea dice que sigue buscando soluciones. No será sin
tiempo. La guerra en Siria ha cumplido ya cinco años, convertida en
tablero donde los distintos intereses juegan una partida de ajedrez a
la que no se le ve el final. El precio, cerca de 300.000 muertos,
entre ellos 13.000 niños y cinco millones de personas que han tenido
que huir de un país cuya población total apenas rebasa los 23
millones de habitantes. Cerca de tres millones permanecen en Turquía.
Pero
a Europa parece que no le ha dado tiempo para preparar una estrategia
común ante esta catástrofe. Y cierra sus fronteras con miedo a una
avalancha de refugiados. Por cierto, el millón que se calcula que
llegó el año pasado apenas representa un 0,2% de los 500 millones
de habitantes que suma la Unión.
Ahora,
en un preacuerdo vergonzante y vergonzoso, se plantea devolver a
Turquía a los que ya han cruzado el Egeo. Como si quienes se han
jugado la vida para llegar hasta allí fuesen a aceptar como corderos
el retorno. Como si no fuesen a volver a intentarlo. Como si Turquía
fuese un país seguro para ellos y pudiera ofrecerles a todos una vida digna.
Es
comprensible el miedo a una avalancha incontrolada de personas de
distintas culturas y religiones. Es comprensible el temor a que entre
ellos se cuelen terroristas como los que provocaron matanzas en París
y otras ciudades.
Pero
la solución no puede ser limitarse a cerrar fronteras mientras las
mafias engordan sus bolsillos colando por la puerta de atrás a
cientos o miles de personas sin control alguno. Mientras millones de
refugiados hacinados en campos tercermundistas sigan planeando como
huir de ellos en busca de una vida digna. Mientras la guerra y el
caos sigan expulsando de sus casas a millones de familias que
tratarán de reconstruir su vida en otro lugar.
Europa
ya vivió una enorme tragedia y una enorme vergüenza hace medio
siglo. Deberíamos haber aprendido la lección.
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